Por: María Cecilia Scalia
El Salón de cuadros del abuelo
Todo comenzó un domingo soleado de otoño.
Valentín y su familia visitaban, como todos los fines de semana la casa de los abuelos. Era una casa grande, vieja y fría, pero ellos eran muy felices viviendo allí. ¡Tantos libros y cuadros sólo para dos viejitos! —decía Valentín— una casa con cinco habitaciones grandes y una biblioteca enorme ¡que llega hasta el techo! Toda forrada de libros salvo la ventana que no era más alta que él, y las dos puertas, una de las cuales se abría a los pasillos: es la que usaban todos para entrar y salir. Detrás de la otra, que siempre estaba cerrada, había una sala a la que sólo entraba el abuelo. Valentín había preguntado una vez a la abuela qué hay dentro de la misteriosa sala. Ella respondió: “sólo hay cuadros viejos”. Él esperaba escuchar que hubiera algo peligroso, pero sólo cuadros…por eso le resultaba extraño que nunca la abrieran.
En las noches de visita, desde la ventana de su dormitorio, Valentín miraba al cielo y las estrellas titilaban ante sus ojos asombrados. ¡Muchísimas estrellas! Noche a noche fue descubriendo que casi todas trazaban un camino, como si un viajero con una mochila llena de azúcar hubiese ido volcándola por algún agujerito mientras recorría el cielo. ¡Qué lástima que en su casa las luces de la ciudad no le dejaban ver la mayoría de las estrellas! Aprovechaba a contemplar el cielo desde su habitación en la casa de sus abuelos, donde no se dormía hasta ver alguna estrella fugaz que le diera las buenas noches.
Pasaron muchos fines de semanas en los que Valentín no sintió curiosidad por la desconocida sala de los cuadros, hasta que un día, ese domingo soleado de otoño, correteando a su hermana por la biblioteca, notó que el abuelo no estaba sentado leyendo en su sillón habitual y que la puerta del salón, que por un tiempo había llamado su atención, estaba abierta. Una chispa de curiosidad se deslizó dentro de él y lo llevó a olvidar que tenía que atrapar a su hermana, quien ya había salido corriendo en dirección al patio. Fue caminando despacio, leyendo los títulos de tantos libros como si realmente le interesaran, hasta que al llegar a la puerta entreabierta, se asomó y vio dentro del salón muchos cuadros en las paredes, uno al lado del otro. Confirmó que realmente habían cuadros. A su izquierda, retratos; a la derecha, paisajes naturales; y en la pared enfrentada a la puerta un solo cuadro que sólo parecía un marco encerrando una tela blanca. No estaba seguro porque su abuelo que se encontraba adentro, estaba parado mirándolo y le tapaba gran parte. De pronto y sin más interrupción que el crujido de la puerta que se cerraba lentamente, una gran luz brilló desde el cuadro y al instante comenzó a escucharse un suave sonido que, acompañando a la aparición, ¡también provenía del cuadro!
—¡Por fin, después de tantos años ocurrió de nuevo! —gritó el abuelo.
Imaginemos a Valentín, no entendía qué pasaba. De un momento para el otro de un cuadro en blanco, ¡surgía luz y una extraña música!
El abuelo estaba maravillado. Se maravilló más aún cuando advirtió que su nieto miraba desde la biblioteca y el cuadro seguía brillando y sonando.
Entra Valentín. Tengo algo que mostrarte —le dijo. Él obedeció, como siempre. Cuanto más se acercaba pudo ver mejor lo que en la tela blanca se había dibujado. De cada color salía un sonido, que se oía más fuerte mientras más brillante era, y de la combinación de todos los colores se componía una música hermosa que jamás había escuchado.
El abuelo miraba con nostalgia y alegría la aparición.
¿Qué es esto abuelo? —preguntó el muchacho.
—Es un antiguo cuadro que tras su engañosa apariencia, oculta una ventana al espacio infinito. Tu presencia aquí hizo que esto sucediera, hacía años que sólo era un lienzo blanco. Tu interés por conocer el Universo, ha despertado la magia del cuadro y desde ahora tal vez puedas ver, cada vez que nos visites, lo que a veces ni grandes inventos como el telescopio pueden mostrarnos.
Esto ocurrió hace años en este mismo lugar, pero…
—¡Brilla cada vez más! — interrumpió Valentín mirando fijamente.
PRIMER CUADRO: “La Nebulosa de Orión y la Fábrica de caramelos”

—¿Qué es lo que veo? ¡Parece un algodón de azúcar rosado y despeinado lleno de estrellas! —preguntó asombrado el chico.
—Es la Nebulosa de Orión, una nebulosa que está en la constelación de Orión, el Gigante Cazador.
—¿Y qué es una nebulosa?
— Una nebulosa es una nube.
—¡Como las que hacen llover! — gritó.
—No, son distintas —aclaró el anciano— son de gas y polvo. Muchas de ellas están compuestas del gas que inflan los globos que flotan, como los que venden en la plaza, pero brillan gracias a las estrellas que tienen cerca.
—Ah...tienen polvo, entonces ¡la Nebulosa de Orión está sucia! —dijo bromeando el nieto.
—No está sucia, Valentín, lo que sí puedo asegurarte, es que la Nebulosa de Orión es una fábrica…
—¡Una fábrica! — se río el chico. ¿Hacen caramelos?
— Caramelos no, se fabrican estrellas.
— Pero si en la nebulosa sólo hay gas y polvo ¿cómo se fabrican estrellas?
—¡Justamente porque las estrellas son de gas! Son grumos de gas tan grandes que emiten luz propia.
Inmediatamente Valentín imaginó los grumos de harina que quedaban cuando su mamá comenzaba a mezclar los ingredientes de una torta.
— En la nebulosa se hacen grumos y de esos grumos nacen las estrellas. Ésta nebulosa es la “madre” de todas esas estrellas que ves en el cuadro—explicaba el abuelo.
— En las fábricas de caramelos, como la que visitamos el otro día con la escuela, hacen caramelos de todos los sabores y colores ¿en las nebulosas también?
—Jajá, nadie ha saboreado una estrella, ¡siempre están tan calientes! —rió el abuelo. Pero sí hay estrellas de distintos colores.
—¡Entonces yo tenía razón! Anoche, con mi hermana, mirábamos por la ventana y yo vi una estrella de otro color y ella me decía que no era de otro color, pero ¡yo tenía razón!
—Así es, si prestan atención, verán que no todas las estrellas se ven del mismo color, algunas son blancas, otras azules, otras amarillas y otras rojas, pero a veces es difícil notar las diferencias.
Así continuaron conversando un largo rato, mirando y escuchando las bellezas del cuadro hasta que se escuchó una voz y un bocinazo. —¡Nos vamos! – llamó a lo lejos la madre.
—¡Quedémonos un rato más, abuelo!
—Mejor vayamos antes que vengan a buscarnos aquí. La semana que viene quizás el cuadro mágico tenga un misterio más grande que revelarte —dijo el anciano y en sus palabras había una promesa implícita.
Se despidieron con un abrazo gigante y con una sonrisa de complicidad, tenían un secreto que compartir ahora, algo más que el inmenso cariño que los unía.
De regreso en su casa, él y su hermana se acostaron temprano. Al día siguiente había que ir a la escuela.
Acostado en su cama, Valentín no tuvo una estrella fugaz que le diera las buenas noches, sin embargo descansó feliz pensando en el fantástico día que había tenido, y enredando recuerdos de lo que había vivido, mientras se quedaba dormido, soñó con una nebulosa llena de caramelos brillantes.